LOS PRINCIPIOS ENERGÉTICOS
DE LOS AZTECAS…
La medicina y los médicos de los pueblos indígenas mesoamericanos, principalmente los pueblos de la etnia nahuatlaca, tenían ideas propias acerca del por qué se enfermaban sus congéneres, creyendo en un proceso mágico, religioso, teórico y práctico-empírico, según comentan Emilio Lobato Díaz y Francisco González de Cosío en su Ensayo sobre la Historia de la medicina en México durante el siglo XVI.
Los principios rectores con que el médico prehispánico enfocaba las causas que originaban una enfermedad, eran las cualidades de frío y calor que les atribuían a las cosas (no tenían relación con la temperatura), conceptos que aún persisten entre las personas que tienen ascendencia nahua, otomí, maya, tarasca, etc.
El médico indígena creía en el origen divino de la enfermedad y de la muerte, aunque trataba de encontrar una razón física de las cosas o etiología, observando los fenómenos de la naturaleza, para obtener una explicación racional de la causa generadora de la enfermedad.
Para poder aplicar la curación, el médico tenía que saber primero si la enfermedad que tenía un individuo la había adquirido por causa divina, humana o puramente natural, según lo diagnosticara, se usaría un procedimiento de curación o preventivo (oraciones, conjuros, operaciones quirúrgicas, suministro de simples o compuestos, que usaban en conjunto o por separado).
En ocasiones creían que con el debido culto propiciatorio a una deidad en particular, se libraría al paciente de los males que eran provocados dicha entidad divina, pero en otras ocasiones, creía que era necesario realizar ritos mágicos acompañados por conjuros con la ayuda de ciertos vegetales, animales y minerales, por lo que el médico era sacerdote, teúrgo (mago natural) y farmacólogo.
Según Torquemada, los aztecas tuvieron algo semejante a un hospital, que eran sostenidos con el sobrante de las cosechas del diezmo destinado al culto de los dioses, los había en Tenochtitlán, Chollolan (Cholula) y otras poblaciones grandes; Moctezuma II tenía en su palacio imperial una casa para los enfermos incurables, con padecimientos raros y extraordinarios, además del hospital que tenía la ciudad para las personas de mayor edad y enfermos en general, así como un hospicio anexo al templo mayor y junto al templo un edificio llamado Netlaliloyan, consagrado al dios Nanahuatl, donde se recogían a los leprosos.
Cuando una mujer estaba embarazada, recibía los consejos de la partera o Ticitl para que la criatura llegara a su término de manera adecuada y que naciera sin problemas a la hora del parto que llamaban "la hora de la muerte", cuando se llegaba la hora, la comadrona daba grandes voces fingiendo una pelea hasta que terminaba la expulsión, pues con ello querían significar que la madre había vencido "varonilmente" en esta lucha y había cautivado a un infante. La partera tomaba a la criatura recién nacida y le hablaba con diferentes exhortos según si era niño o niña, luego ligaba el cordón con un torzal de hilo negro y le cortaba inmediatamente con un cuchillo de obsidiana. La ligadura tenía que ser negra porque solo lo negro es "caliente", evitando que el "frío" se posesionara del infante. Se cauterizaba el ombligo con cera muy caliente y con cenizas. Si el cordón era de varón, la Ticitl lo guardaba cuidadosamente para entregarlo en la primera oportunidad a los guerreros que salían a pelear, para que lo enterraran en el campo de batalla para ofrecerlo y prometerlo al Sol y a la Tierra, pero si era niña, su cordón era sepultado junto al hogar, lo que significaba que aquella criatura no saldría de la casa, que sería virtuosa y dedicada a los menesteres que le habían asignado a las mujeres.
Después de la sección del cordón y de la curación, la partera lavaba al recién nacido consagrándolo a Chalchiutlicue "la de la falda preciosa, la de la falda de jade" y limpiaba los ojos del nenetl con un cocimiento de una hierba llamada xocopatli, que debió ser un desinfectante para evitar problemas de infecciones en los ojos, luego de lo cual, la Ticitl daba las felicitaciones a la madre y a la familia e inmediatamente buscaban a uno de los adivinos llamado Tonal Pohuqui "el que sabe conocer la fortuna de los que nacen", quien preguntaba la hora del nacimiento, en qué circunstancias había ocurrido, consultaba el Tonalamtl o calendario adivinatorio y las pinturas astrológicas, con toda esta información, levantaba la figura del horóscopo de la criatura y analizaba el signo predominante que tendría, la influencia de la deidad reinante en la trecena y vaticinaba la buena o mala fortuna.
Al cuarto día de nacido, la partera bautizaba a la criatura con exhortos y conjuros, lo consagraba especialmente al dios dual, luego ponía agua en la boca, pecho, cabeza y al final lavaba todo el cuerpo de la criatura y se le imponía un nombre; todo esto se hacía a los cuatro días si la fecha era propicia, porque si no lo era, se cambiaba a la próxima fecha que consideraban sería la adecuada. Durante estos cuatro días, el recién nacido era colocado junto a una hoguera con el fin de incrementar su tonalli antes de ser expuesto al influjo del vigor solar, ya que el sol era considerado como el portador de esa energía; Sahagún menciona que durante esos cuatro días, cuidaban bien que no se apagara el fuego y que nadie podía tomar fuego de allí, porque si lo hicieran le podían robar a la criatura la fama, por lo que hasta que lo bautizaran, el fuego ardería y nadie lo tomaría de allí....
CORTESIA DE LOLA D. VILCHEZ(FACEBOOK)
Un Mil Bendiciones y Una Más
Sol Monasterio
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