LA MAESTRIA DEL AMOR, de Dr. Miguel Ruiz
LA MAESTRIA DEL AMOR.
Dr. Miguel Ruiz
Una guía práctica para el arte de las relaciones
Los toltecas
Hace miles de años los toltecas eran conocidos en todo el sur de México
como «mujeres y hombres de conocimiento». Los antropólogos los han
definido como una nación o una raza, pero de hecho, fueron científicos y
artistas que crearon una sociedad para estudiar y conservar el
conocimiento espiritual y las prácticas de sus antepasados.
Establecieron una comunidad de maestros (naguales) y estudiantes en
Teotihuacán, la ciudad de las pirámides en las afueras de Ciudad de
México, conocida como el lugar en el que «el hombre se convierte en
Dios».
A lo largo de los milenios los naguales se vieron forzados a esconder su
sabiduría ancestral y a mantener su existencia en secreto. La conquista
europea, sumada a un agresivo mal use del poder personal por parte de
algunos aprendices, hizo necesario proteger el conocimiento de aquellos
que no estaban preparados para utilizarlo con buen juicio o que hubieran
podido usarlo mal, intencionadamente, en beneficio propio.
Por fortuna, el conocimiento esotérico tolteca se conservó y transmitió
de generación en generación por distintos linajes de naguales, y aunque
permaneció oculto en el secreto durante cientos de años, las antiguas
profecías vaticinaban que llegaría el día en el que sería necesario
devolver la sabiduría a la gente, como ha sucedido ahora con el doctor
Miguel Ruiz, un nagual del linaje de los Guerreros del Águila, que ha
sido guiado para divulgar estas poderosas enseñanzas.
El conocimiento tolteca surge de la misma unidad esencial de la verdad
de la que parten todas las tradiciones esotéricas sagradas del mundo.
Aunque no es una religión, respeta a todos los maestros espirituales que
han enseñado en la tierra, y si bien abarca el espíritu, resulta más
preciso describirlo como una manera de vivir que se caracteriza por
facilitar el acceso a la felicidad y el amor.
Un tolteca es un artista del amor,
un artista del espíritu,
alguien que, en cada momento,
en cada segundo, crea el más bello arte:
el arte de soñar.
La vida no es más que un sueño,
y si somos artistas,
crearemos nuestra vida con amor
y nuestro sueño se convertirá
en una obra maestra de arte.
Introducción
El maestro
Érase una vez un maestro que hablaba a un grupo de gente y su mensaje
resultaba tan maravilloso que todas las personas que estaban allí
reunidas se sintieron conmovidas por sus palabras de amor. En medio de
esa multitud, se encontraba un hombre que había escuchado todas las
palabras que el maestro había pronunciado. Era un hombre muy humilde y
de gran corazón, que se sintió tan conmovido por las palabras del
maestro que sintió la necesidad de invitarlo a su hogar.
Así pues, cuando el maestro acabó de hablar, el hombre se abrió paso
entre la multitud, se acercó a él y, mirándole a los ojos, le dijo: «Sé
que está muy ocupado y que todos requieren su atención. También sé que
casi no dispone de tiempo ni para escuchar mis palabras, pero mi corazón
se siente tan libre y es tanto el amor que siento por usted que me
mueve la necesidad de invitarle a mi hogar. Quiero prepararle la mejor
de las comidas. No espero que acepte, pero quería que lo supiera».
El maestro le miró a los ojos, y con la más bella de las sonrisas, le
contestó: «Prepáralo todo. Iré». Entonces, el maestro se alejó.
Al oír estas palabras el corazón del hombre se sintió lleno de júbilo. A
duras penas podía esperar a que llegase el momento de servir al maestro
y expresarle el amor que sentía por él. Sería el día más importante de
su vida: el maestro estaría con él. Compró la mejor comida y el mejor
vino y buscó las ropas más preciosas para ofrecérselas como regalo.
Después corrió hacia su casa a fin de llevar a cabo todos los
preparativos para recibir al maestro. Lo limpió todo, preparó una comida
deliciosa y decoró bellamente la mesa. Su corazón estaba rebosante de
alegría porque el maestro pronto estaría allí.
El hombre esperaba ansioso cuando alguien llamó a la puerta. La abrió
con afán pero, en lugar del maestro, se encontró con una anciana. Ésta
le miró a los ojos y le dijo: «Estoy hambrienta. ¿Podrías darme un trozo
de pan?».
El se sintió un poco decepcionado al ver que no se trataba del maestro.
Miró a la mujer y le dijo: «Por favor, entre en mi casa». La sentó en el
lugar que había preparado para el maestro y le ofreció la comida que
había cocinado para él. Pero estaba ansioso y esperaba que la mujer se
diese prisa en acabar de comer. La anciana se sintió conmovida por la
generosidad de este hombre. Le dio las gracias y se marchó.
Apenas hubo acabado de preparar de nuevo la mesa para el maestro cuando
alguien volvió a llamar a su puerta. Esta vez se trataba de un
desconocido que había viajado a través del desierto. El forastero le
miró y le dijo: «Estoy sediento. ¿Podrías darme algo para beber?».
De nuevo se sintió un poco decepcionado porque no se trataba del
maestro, pero aun así, invitó al desconocido a entrar en su casa, hizo
que se sentase en el lugar que había preparado para el maestro y le
sirvió el vino que quería ofrecerle a él. Cuando se marchó, volvió a
preparar de nuevo todas las cosas.
Por tercera vez, alguien llamó a la puerta, y cuando la abrió, se
encontró con un niño. Éste elevó su mirada hacia él y le dijo: «Estoy
congelado. ¿Podría darme una manta para cubrir mi cuerpo?».
Estaba un poco decepcionado porque no se trataba del maestro, pero miró
al niño a los ojos y sintió amor en su corazón. Rápidamente cogió las
ropas que había comprado para el maestro y le cubrió con ellas. El niño
le dio las gracias y se marchó.
Volvió a prepararlo todo de nuevo para el maestro y después se dispuso a
esperarle hasta que se hizo muy tarde. Cuando comprendió que no
acudiría se sintió decepcionado, pero lo perdonó de inmediato. Se dijo a
sí mismo: «Sabía que no podía esperar que el maestro viniese a esta
humilde casa. Me dijo que lo haría, pero algún asunto de mayor
importancia lo habrá llevado a cualquier otra parte. No ha venido, pero
al menos aceptó la invitación y eso es suficiente para que mi corazón se
sienta feliz».
Entonces, guardó la comida y el vino y se acostó. Aquella noche soñó que
el maestro le hacía una visita. Al verlo, se sintió feliz sin saber que
se trataba de un sueño. «¡Ha venido maestro! Ha mantenido su palabra.»
El maestro le contestó: «Sí, estoy aquí, pero estuve aquí antes. Estaba
hambriento y me diste de comer. Estaba sediento y me ofreciste vino.
Tenía frío y me cubriste con ropas. Todo lo que haces por los demás, lo
haces por mí».
El hombre se despertó con el corazón rebosante de dicha porque había
comprendido la enseñanza del maestro. Lo amaba tanto que había enviado a
tres personas para que le transmitiesen la lección más grande: que él
vive en el interior de todas las personas. Cuando das de comer al hambriento, de beber al sediento y cubres al que tiene frío, ofreces tu amor al maestro.
Un Mil Bendiciones y Una Más
Sol Monasterio
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