SIDDHARTHA Y EL CISNE
Siddhartha y el Cisne
Adiccabandhu y Pasmasri
Hace mucho tiempo, en India, vivían un rey y una
reina.
Un día la reina tuvo un bebé.
Lo llamaron Príncipe Siddhartha.
El rey y la reina estaban muy felices.
Ellos invitaron a un sabio anciano para que fuera al reino a
predecir la fortuna del niño.
"Por favor, dinos:" dijo la reina al sabio
anciano.
"¿Qué llegará a ser nuestro hijo?"
"Vuestro hijo será un niño especial," le
dijo.
" Un día llegará a ser un gran rey."
"¡Viva!" dijo el rey. ""Será un rey como
yo."
"Pero," dijo el sabio, "cuando el niño crezca, podría abandonar el
palacio porque querrá ayudar a la gente."
"¡El no hará semejante cosa!" gritó el rey mientras le arrebataba
al niño. "¡El será un gran rey!"
El príncipe Siddharatha creció en el palacio.
Todo el tiempo el rey lo observaba.
Se aseguró de que su hijo tuviera lo mejor de
todo.
Quería que Siddhartha disfrutara la vida de un
principe.
Quería que se conviertiera en rey.
Cuando el Príncipe tuvo siete años su padre lo mandó a
buscar.
"Siddhartha," le dijo, "Un día serás rey, ya es tiempo de que
comiences a prepararte. Hay muchas cosas que tienes que aprender. Aquí están los
mejores profesores de la tierra. Ellos te enseñarán todo lo que necesitas
saber."
"Daré lo mejor de mí, padre," contestó el
príncipe.
Siddhartha comenzó sus lecciones.
No aprendió a leer y escribir.
En cambio aprendió cómo montar caballo.
Aprendió a manejar el arco y la flecha, cómo luchar y cómo usar la
espada.
Estas eran las destrezas que un valiente rey podría
necesitar.
Siddhartha aprendió bien sus lecciones. Así mismo, su primo,
Devadatta.
Los dos muchachos tenían la misma edad.
Todo el tiempo el rey estaba pendiente de su
hijo.
"¡Qué fuerte es el príncipe," pensó, "!Qué inteligente. Qué rápido
aprende. Qué grande y famoso será!"
Cuando el Príncipe Siddhartha terminaba sus lecciones, le gustaba
jugar en los jardines de palacio.
Allí vivía toda suerte de animales: ardillas, conejos, pájaros y
venados.
A Siddhartha le gustaba observarlos.
Podía sentarse a mirarlos tan quieto que a ellos no les daba miedo
acercarse hasta él.
A Siddhartha le gustaba jugar cerca del
lago.
Cada año, una pareja de hermosísimos cisnes blancos venía a anidar
allí.
El los miraba detrás de los juncos.
Quería saber cuántos huevos había en el
nido.
Le gustaba ver a los pichones aprender a
nadar.
Una tarde Siddhartha estaba por el
lago.
Repentinamente escuchó un sonido sobre
él.
Miró hacia arriba.
Tres hermosos cisnes volaban sobre su
cabeza.
"Más cisnes," pensó Siddhartha, "espero que se posen en nuestro
lago."
Pero justo en ese momento uno de los cisnes cayó del
cielo.
"¡Oh, no!" gritó Siddhartha, mientras corría hacia donde cayó el
cisne.
"¿Qué ocurrió?"
"Hay una flecha en tu ala", dijo.
"Alguien te ha herido."
Siddhartha le hablaba muy suavemente, para que no sintiera
miedo.
Comenzó a acariciarlo con dulzura.
Muy delicadamente le sacó la flecha.
Se quitó la camisa y arropó cuidadosamente al
cisne.
"Estarás bien enseguida," le dijo.
"Te veré luego."Justo, en ese momento, llegó corriendo su primo
Devadatta.
"Ese es mi cisne," gritó.
"Yo le pegué, dámelo."
"No te pertenece," dijo Siddhartha, "es un cisne
silvestre"
"Yo le fleché, así que es mío. Dámelo
ya."
"No," dijo Siddhartha.
Está herida y hay que ayudarla.
Los dos muchachos comenzaron a
discutir.
"Para," dijo Siddhartha. “En nuestro reino, si la gente no puede
llegar a un acuerdo, pide ayuda al rey. Vamos a buscarlo
ahora."
Los dos niños salieron en busca del
rey.
Cuando llegaron todos estaban ocupados.
"¿Qué hacen ustedes dos aquí?" preguntó uno de los ministros del
rey.
"¿No ven lo ocupados que estamos? Vayan a jugar a otro
lugar."
"No hemos venido a jugar, hemos venido a pedirles ayuda." Dijo
Siddhartha.
"!Esperen!" llamó el rey al
escuchar esto.
"No los corran. Están en su derecho de
consultarnos."
Se sentía complacido de que Siddhartha supiera cómo
actuar.
"Deja que los muchachos cuenten su historia,"
dijo.
"Escucharemos y daremos nuestro
juicio."
Primero Devadatta contó su versión.
"Yo herí al cisne, me pertenece." Dijo.
Los ministros asintieron con la cabeza.
Esa era la ley del reino.
Un animal o pájaro pertenecía a la persona que lo
hería.
Entonces Siddhartha contó su parte.
"El cisne no está muerto." Argumentó.
"Está herido pero todavía vive."
Los ministros estaban perplejos.
¿A quién pertenecía el cisne?
"Creo que los puedo ayudar," dijo una
voz.
Un hombre viejo venía acercándose por el
portal.
"Si este cisne pudiera hablar," dijo el anciano, nos dijera a
nosotros que quisiera volar y nadar con los otros cisnes silvestres. Nadie
quiere sentir el dolor o la muerte. Lo mismo siente el cisne. El cisne no se
iría con aquel que lo quiso matar. El se
iría con el que quiso ayudarlo.
Todo este tiempo Devadatta permaneció en silencio.
Nunca se había puesto a pensar que los animales también tenían
sentimientos.
El lamentó haber herido al cisne.
"Devadatta, tu puedes ayudarme a cuidar el cisne, si quieres," le
dijo Siddhartha.
Siddhartha cuidó del cisne hasta que estuvo bien otra
vez.
Un día, cuando su ala sanó, lo llevó al
río.
"Es hora de separarnos," dijo
Siddhartha.
Siddhartha y Devadatta miraron como el cisne nadó hacia las aguas
profundas.
En ese momento escucharon un sonido de alas sobre
ellos.
"Mira," dijo Devadatta, "los otros han regresado por
ella."
El cisne voló alto en el aire y se unió a sus
amigos.
Entonces todos volaron sobre el lago por una última
vez.
"Están dando las gracias," dijo Siddhartha, mientras los cisnes se
perdían hacia las montañas del norte.
Título original: Siddhartha and the Swan
©Adiccabandhu
& Pasmasri.
Un Mil Bendiciones y Una Más
Sol Monasterio
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