Vistas de página en total

sábado, 21 de septiembre de 2013

EN QUÈ CONSISTE El SÍNDROME DE LA ISLA...???


Cómo vencer el miedo a involucrarse y lograr una pareja feliz

El temor a involucrarse con el ser querido esconde un miedo sustancial, el miedo a crecer. Eso nos hace vivir aislados, sin puentes afectivos con el otro, como si fuéramos una isla. Tips

Cómo vencer el miedo a involucrarse y lograr una pareja feliz

El temor a involucrarse con el ser querido esconde un miedo sustancial, el miedo a crecer. Eso nos hace vivir aislados, sin puentes afectivos con el otro, como si fuéramos una isla. Tips y sugerencias para aprender a comprometerse positivamente con el otro.

Vivimos en un mundo cada vez más individualista que aumenta nuestro miedo a “disolvernos por amor”, es decir, a dejar de ser personas autosuficientes, autónomas, independientes, con pleno dominio de nosotros mismos, con capacidad de decisión y dependencia cero, para pasar a pasar a formar parte de una unidad indistinta que es la pareja.
Aunque el miedo a perder la individualidad es ancestral, podríamos decir que se ha convertido en el mal de nuestro tiempo por excelencia. A diario recibo en mi consultorio parejas o integrantes de parejas que padecen el “síndrome de la isla”. Un síndrome es un conjunto de síntomas. El miedo a involucrarse, en efecto, se manifiesta de maneras diversas que pueden darse de manera simultánea, alternada, en su totalidad o parcialmente. Se manifiesta en distintas circunstancias como una reacción ante la posibilidad de quedar comprometido con una situación laboral, de amistad o depareja. Pero es en este último ámbito donde los síntomas son más agudos porque, mientras es posible mantener una gran distancia respecto del trabajo sin desempeñarse de manera ineficiente en el mismo, es imposible que una pareja crezca si sus integrantes no se involucran en ella, si no se comprometen con la relación.

¿Cómo reconocer si padecemos el “síndrome de la isla” que nos impide tener una pareja satisfactoria? ¿Cuáles son las manifestaciones más frecuentes de este síndrome? ¿Es posible revertirlo? ¿De qué modo hacerlo para lograr una pareja armónica? Esta nota contesta a todas estas preguntas y propone una batería de tips para vencer el miedo a involucrarse y alcanzar una relación feliz.

¿Padezco el síndrome de la isla?

Muchas personas tienen este síntoma y no son conscientes de padecerlo. Suelen confundir sus actitudes con una legítima manifestación de independencia. Sin embargo, hay un método infalible para diferenciar la independencia genuina de aquella que sólo enmascara el miedo a involucrarse:
  • La independencia genuina nos permite crecer en todos los ámbitos, también en el de la pareja.
  • La independencia falsa, que sólo enmascara nuestro temor a “disolvernos” en el otro y a asumir responsabilidades, no nos permite crecer, sino que, por el contrario, es un impedimento para nuestro crecimiento y el de nuestra pareja.
Las manifestaciones más frecuentes del “síndrome de la isla son las siguientes”.
  • Hay un interés desmedido por preservar los espacios propios y cualquier innovación al respecto es vivida como una “invasión”. Por ejemplo, si ella o él no deja la toalla húmeda en el lavadero, como estamos acostumbrados a hacerlo en nuestra vida cotidiana, vivimos esa actitud como una forma de violencia hacia nuestros hábitos y hacia nosotros mismos. Si vamos a un restaurante, a toda costa queremos pagar nuestra parte para que no se sobreentienda hay algo en común. 
  • No nos embarcamos en proyectos comunes y, si nos embarcamos en ellos, terminamos por boicotearlos. El proyecto en común puede ser desde un viaje a la compra de un departamento. 
  • Generalmente tratamos de que nuestra pareja no tenga contacto con nuestras amistades. No queremos mezclar los afectos. 
  • Tratamos de no mostrar nuestras debilidades para no otorgarle al otro ningún tipo de “poder” sobre nosotros. 
  • No pedimos jamás ayuda ni nos manifestamos dependientes de su afecto. 
  • Cuando, muy a nuestro pesar, sentimos que la relación crece, volvemos sobre nuestros pasos y solemos realizar alguna acción que quiebre la unión que se había establecido. Quien tiene miedo a involucrarse es un “boicoteador” nato.
  • Aunque tengamos una relación de intimidad, evitamos las confesiones, los relatos sobre la infancia del otro o cualquier otro gesto que indique que somos depositarios de una parte íntima de la vida de otra persona o, a la inversa, que hemos depositado en esa persona una parte íntima de nuestra historia. 
  • No somos espontáneos. Si, por ejemplo, sentimos ganas de llamara a nuestra pareja por teléfono sólo para escuchar su voz o para sentirla más cerca, reprimimos nuestro impulso porque consideramos que podría ser un indicador de que somos dependientes. 
  • Evitamos las expresiones de amor que nos resulten demasiado comprometedoras. Quienes padecen el “síndrome de la isla” suelen hablar con eufemismos. Por ejemplo, prefieren utilizar “me gustas” a “te quiero”, “lo paso bien con vos” a “te necesito”, “en este momento estamos bien” a “quisiera estar así para toda la vida”.
  • Jamás mostramos nuestro entusiasmo por miedo a que el otro “se aproveche” de él. 
  • Tratamos de no mencionar demasiado a nuestra pareja en su ausencia. 
  • No hacemos planes a largo plazo. Preferimos ir viviendo el día a día aunque seamos conscientes de que con esto dañamos la relación. 
  • Nos mostramos escépticos respecto del amor. De esta forma, “nos vacunamos” de posibles decepciones. 
  • Cuando sabemos que el otro tiene un problema y nos necesita más que nunca, solemos desaparecer de la escena para no ser “devorados” por los conflictos personales o familiares del otro. 
  • Somos más bien indiferentes aunque sepamos que eso a nuestra pareja le produce sufrimiento.

¿Por qué temo involucrarme?

Las razones por las que una persona teme involucrarse “demasiado” con una relación de pareja son variadas, pero casi todas las razones tienen que ver con una sola razón: el miedo a crecer. Si nos “involucramos” en una relación de pareja es seguro que llegaremos lejos en esa relación. Probablemente terminemos conviviendo o, si ya lo hacemos, teniendo hijos y formando una familia. Este paso nos hará alejarnos simbólicamente de nuestra familia de origen ya que dejaremos de autoconsiderarnos “hijos” para pasar a ser “personas mayores”, “padres”.
Al involucrarnos, estaremos dando un paso sin retorno. Cuando estamos involucrados afectivamente con alguien, al mismo tiempo que nos sentimos más fuertes y felices, también nos sentimos más frágiles porque establecemos relaciones de dependencia afectiva respecto de esa persona. Nuestra felicidad, en gran medida, pasa a depender de esa persona. Cuando somos emocionalmente inmaduros y le tememos a crecer, esta dependencia nos da pánico porque no tenemos tolerancia a la frustración. Como decepcionarnos nos resultaría intolerable, preferimos no ilusionarnos nunca y, de esta forma, aunque al precio de renunciar a nuestros sentimientos, “evitamos” simbólicamente la frustración.
Con frecuencia, trasladamos al terrenos de la relación amorosa conceptos casi mercantiles en la creencia de que una pareja debe manejarse con lo parámetros de una sociedad comercial. Es entonces cuando tememos “poner” más que el otro en una relación y “recibir” menos de lo que él recibe, como si fuera lógico esperar un trato equitativo en términos comerciales.
El miedo al abandono, a que nos dejen, a que nuestro amor culmine con una decepción es una de las causas frecuentes de nuestro temor a involucrarnos.
A veces, nos sentimos vulnerables en exceso y, por la misma razón, nos sentimos también incapaces de mantener nuestros espacios dentro de una relación con la que nos sentimos comprometidos.
Como percibimos que nuestro yo es débil, no nos involucramos para no sentirnos obligados a ceder territorio porque tememos perder nuestras “posesiones” a la menor presión.
Involucrarse, además, significa “elegir”, elegir, por ejemplo, a la persona con la que queremos armar un proyecto de familia, con la que queremos tener hijos o, simplemente, con la que queremos compartir nuestra vida. Pero la contrapartida de “elegir” es “renunciar”. Si elegimos a una persona a través de nuestra entrega, automáticamente estamos renunciando a otra o a otras. Por supuesto, esta es una fantasía inconsciente. Por lo general, no nos damos cuenta que tememos elegir renunciando así al resto. Mientras no elegimos, tenemos teóricamente todas las posibilidades a nuestra disposición. Cuando elegimos, esas posibilidades se restringen. Crecer significa, entre otras cosas, elegir y renunciar. Por eso, cuando tememos crecer, tememos involucrarnos.
Nuestra actitud hacia nuestra pareja está también signada por nuestras experiencias anteriores. Si hemos sido decepcionados, es posible que le temamos a la decepción. Si hemos sido engañados, es probable que le temamos al engaño. Por eso, nos resguardamos de esa posibilidad no involucrándonos por completo en la relación. Cada uno de nosotros, además, llega a una relación de pareja con su propio álbum emocional, cuyas imágenes están determinadas por las experiencias familiares, por la forma en que se fue configurando desde la infancia nuestro mundo afectivo. Ese álbum emocional implica haber internalizado, sin saberlo, un determinado modelo de pareja. Por ejemplo, si nos identificamos con alguno de nuestros padres que ha sido infeliz en su matrimonio, engañado o minusvalorado trataremos inconscientemente de no repetir la historia retaceando nuestro compromiso en la pareja. El álbum de las emociones es una suerte de currículum afectivo que, a partir de nuestra historia determina quiénes somos en el presente y de qué modo reaccionamos frente a nuestra pareja.

El cambio positivo es posible

Afortunadamente, es posible vencer los miedos que actúan como frenadores de nuestra superación personal y aprender a involucrarnos con nuestra pareja sin renunciar a nuestra individualidad. Mantener el equilibrio entre lo individual y lo común es parte sustancial del arte de vivir en pareja de manera armónica. Por medio de la aplicación de tips muy sencillos es posible lograr grandes cambios. Si usted padece el “síndrome de la isla” y teme involucrarse, seguramente experimenta, sin saberlo, un miedo más profundo que es el miedo a crecer. Lea atentamente los tips que transcribimos en esta nota y dispóngase a comenzar hoy mismo a trabajar por el logro de su felicidad en pareja. 

Tips para vencer el miedo a involucrarse

  • Tenga muy en cuenta todos los síntomas que expresan el “síndrome de la isla”. Si experimenta uno o varios de estos síntomas, señal de alarma. Posiblemente usted tenga miedo de involucrarse afectivamente con su pareja. 
  • Convénzase de que no se trata de ponerle vallas al placard, al lugar que le gusta ocupar en la cama o a la heladera. Si usted tiene seguridad en usted mismo, ninguna pareja lo “invadirá” porque usted sea capaz de compartir con ella el espacio físico. 
  • Si siente que le resulta difícil compartir, plantéeselo como un ejercicio progresivo. Decídase a ir compartiendo de a poco y paulatinamente todo aquello que le cuesta compartir. 
  • Comuníquele verbalmente sus miedos a su pareja. Poner los conflictos en palabras ayuda a resolverlos.
  • Revise su historia y trate de determinar por qué le tiene miedo a crecer, qué es lo que trata de preservar de su infancia. 
  • Haga también ejercicios de solidaridad y trate de estar lo más presente posible cuando el otro lo necesita.
  • Existe un límite sutil entre compartir la vida y compartirlo “todo”. Tenga en cuenta que amar a una persona con intensidad y estar comprometido con ella no implica renunciar a sus amigos, su deporte favorito o sus pasatiempos. 
  • Trata de percibir lo que provoca en el otro con sus actitudes de permanente “boicot”. Si se centra más en lo que provoca en el otro que lo que experimenta usted mismo, comenzará a cambiar de actitud poco a poco. 
  • Intente ponerse en el lugar del otro y recuerde esa frase que seguramente le dijeron en su infancia: “No le hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti”.
  • Aprenda a respetar sus impulsos: abrace cuando tenga ganas de abrazar y atrévase a decir “te quiero” sin pensar que está firmando un cheque en blanco. 
  • Existe una diferencia sutil entre mantener la individualidad y ser individualista. Mantener los espacios propios es lógico. En cambio no es lógico no tener espacios comunes. 
  • Tenga en cuenta que se cosecha lo que se siembra. Si siembra amor, recogerá amor. Pero si siembra indiferencia, falta de compromiso, y actitudes fóbicas respecto de la pareja, recibirá eso mismo.
  • y sugerencias para aprender a comprometerse positivamente con el otro.


Fuente: 
Beatriz Goldberg



Un Mil Bendiciones y Una Más
Sol Monasterio

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Powered By Blogger